17 de octubre de 2023

Elecciones 2023: ¿la hora de los que no tienen nada que perder?

A pocos días de las elecciones de 2023, un análisis de los votantes de los tres tercios que componen la escena.

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elecciones 2023

El estudio al que vamos a referirnos se basa en una encuesta a nivel nacional con aproximadamente 8400 casos en todo el país, una de las más robustas de las que están circulando en la actualidad. La misma fue realizada en un período de tiempo en el cual el dólar blue llegó sólo a $ 800. El campo de la misma se cerró recién horas después del “caso Insaurralde”.

Dejando en claro estas condiciones, en proyectamos indecisos de acuerdo a resultados de elecciones anteriores. En las aperturas posteriores decidimos conservar el porcentaje de indecisos original, que es de un 10,1%.

Sin embargo, a la hora de mirar en detalle las aperturas de los votantes de acuerdo a ciertas variables sociodemográficas, se puede percibir que la confirmación de la elección de «tres tercios» -o de dos tercios y un cuarto- lleva en su interior, más allá de los votos ideológicos y las fracturas políticas y tal como vienen señalando diferentes antropólogos y analistas, un nuevo tipo de fractura social entre aquellos que, mayoritariamente jóvenes y mayoritariamente varones, se hallan por fuera de las articulaciones institucionales propias del siglo XX y, en los términos del capitalismo industrial, parecen «tener poco que perder». Son los votantes de La Libertad Avanza y su candidato Javier Milei, cuyo perfil es de una naturaleza bien diferente a la de los votantes de Unión por la Patria y de Juntos por el Cambio, quienes más allá de sus confrontaciones discursivas cada vez son más parecidos entre sí cuando se miran ciertas variables estructurales en detalle.

Los votantes de LLA son preponderantemente menores de 40 años, con una abrumadora mayoría de jóvenes entre 16 y 25 años. Como puede verse en las aperturas que siguen, pocos de ellos poseen empleo formal, muchos son inquilinos o no poseen un hogar propio, abundan los desocupados y todos aquellos que día a día salen a la calle en busca de su pan, como los gauchos que antaño recorrían el territorio nacional.

Por el contrario, los votantes de Patricia Bullrich parecen ser un espejo inverso: la candidata de Juntos por el Cambio se hace fuerte en la población de adultos mayores de 70 años, entre los cuales posee casi un 50% de intención de voto. Son propietarios, de nivel socioeconómico más alto. Dueños de empresas o de emprendimientos. Y también de un antiperonismo silverstre.  

Unión por la Patria, por su parte, empieza a elevar su intención de voto aproximadamente a partir de los 40 años. Se trata, en términos relativos, de una población envejecida. Con trabajo en blanco, que vive en el confort, y que al igual que los votantes de Myriam Bregman dan un alto contenido ideológico a su voto. 

Un detalle no menor es que la mayor porción de los indecisos es sociodemográficamente parecida a los votantes de La Libertad Avanza.

Los nuevos gauchos son más pobres. JxC y UP tienen mayor representación proporcional en los sectores altos. Con una diferencia: Bullrich no llega al 14% en los NSE bajos. Massa subperforma en los votantes más pobres: el peronismo ya no los puede representar en forma mayoritaria.

El voto femenino que Milei pierde va a Massa, a Bullrich y/o a indecisos. Pese a su insistencia con la cuestión de género, la izquierda no registra un porcentaje significativo de votantes mujeres.

Los votantes de Unión por la Patria y de Juntos por el Cambio son sociodemográficamente parecidos

Resetear sí, dolarizar no tanto

Lo que parece «agrietar» la elección del 22 de octubre no es tanto la supuesta discusión ideológica, ni el voto bronca o castigo hacia el oficialismo, si no más bien un impulso de aquellos que tienen poco que perder y viven por fuera de las instituciones del siglo XX a «resetear» el sistema. 

Resetear no es lo mismo que incendiar, ni dar un salto al vacío, ni tener bronca: resetear es hacer un movimiento rápido y contundente que permita barajar y dar de nuevo. El reseteo surge del hartazgo y tiene consecuencias inciertas (no se sabe qué información se perderá) pero es un impulso hacia el cambio, hacia un nuevo inicio. 

Los cuadros que siguen muestran las principales motivaciones a la hora de elegir un nuevo presidente dentro de nuestra muestra que, como dijimos, tiene aproximadamente 8400 casos a nivel nacional. 

El driver de voto preponderante en el electorado es el cambio: el 47,4% de los votantes votará a aquel candidato que inspire la sensación de “que las cosas cambien radicalmente de una buena vez”. Se podría decir que tanto en esa opción como en aquella que “quiere un presidente razonable” (21,6%) las cuestiones ideológicas no tienen un peso significativo. Juntas, estas opciones suman un 69%.

El voto por valores, el clásico, el ideológico, apenas cosecha poco más que un cuarto de las opciones, con un 27%. El voto específicamente contra el oficialismo cosechó apenas un 3,5%. Estos son los límites del “voto bronca”: no es para terminar el gobierno de una coalición específica. Es un voto de reseteo con deseos de vivir mejor. Lo más pronto posible. Nadie quiere esperar.

En aquellos que dicen optar por Javier Milei, el deseo de un cambio radical trepa a un 75%. Pero esta opción también supera al 40% en votantes de Bullrich, en los de Schiaretti, en los anuladores o blancos y en los indecisos.

Los votantes de Milei no son entonces “ideológicos”: solo un 15% de sus votantes dice compartir sus valores, mientras que en el general esa categoría cosecha un 27,5% de las opciones. No hay un marcado sesgo anti oficialista entre el pueblo de LLA.

Entonces, más que “bronca” –cuando se vota en contra- lo que parece suceder es que el otro ya no cuenta, es casi indiferente, se busca algo nuevo y superarlo. Resetear la máquina, acaso más allá de lo razonable.

Massa y Bregman son los que cosechan un voto más “valorativo” o ”ideológico”: ambos sobreperforman esta categoría por encima de los 40 puntos (cuando los “Valores similares” representan un 27,5%).

Bullrich casi triplica el voto anti oficialista dentro de sus electores, con un 8,8% frente a un 3,5% de media general. Pero no descolla en ninguna de las otras categorías.

Entre aquellos que anulan y los indecisos, el deseo de que las cosas cambien radicalmente de una buena vez es más alto que en todos los candidatos salvo Javier Milei.

La dolarización, sin embargo, no parece optar de un consenso amplio. Y representa una grieta de nuevo tipo. 

Los votantes de Javier Milei son el núcleo duro del apoyo social a la dolarización (casi un 80% de sus votantes la apoyan).

Los de Massa son el núcleo duro de los que se oponen (un más de un 75%).

Esta parece ser la nueva grieta entre minorías intensas. Por eso, parece un elemento importante pero no suficiente para decidir la elección.

Luego, de los votantes de Bullrich, y si bien un 53% dice estar en contra, más de un 20% la apoya y más de un 27% no lo sabe.

Entre los indecisos y aquellos que votarán en blanco, las dudas sobre la dolarización son mayores (en ambos casos el “no sé” supera el 30%), pero la tendencia es a estar “en desacuerdo” o “muy en desacuerdo”.

Pero, ¿Qué es la dolarización en la cabeza de las personas que respondieron esta encuesta? Para profundizar en esta cuestión decidimos otorgar un nuevo set de opciones, que se vinculasen menos al acuerdo o al desacuerdo que a la sensación que generaba la medida. 

De acuerdo a esta repregunta, para los votantes de Milei, que la apoyan en más del 87%, parece ser la simplificación de la vida. Los convencidos llegan al 52,1% de los votantes de LLA.

Para los votantes de Massa, que la rechazan en más de un 90%, parece ser el fin del mundo en el que añoran vivir. Los plenamente convencidos de sus efectos negativos son, en el anverso de los de LLA, un 52,9%.

Tanto los votantes de Bullrich y el resto de las fuerzas políticas, ante la incertidumbre de los efectos de la medida, se orientan a defender la moneda nacional en valores de aproximadamente un 40% (que asciende a un 50% en los indecisos). El vector de la defensa de la patria parece mostrar un peso notable.

Un tercio de los indecisos, sin embargo, señala que “se podría probar”. Esto parecería indicar que son una población sui generis. Los que, en última instancia, decidirán.

Un tercio de los indecisos señala que «se podría probar» con la dolarización, pero la mayoría no parece estar de acuerdo con la medida

Breve conclusión

Los bloques sociales que se enfrentan en esta elección tienen más que ver con sensibilidades que con ideologías.

Con el deseo de un cambio radical y de individuos atomizados y desinstitucionalizados que ya están hartos del statu quo. Y desean que este cambio suceda rápido.

Tienen la esperanza de un mundo más simple y con certidumbres para la competencia.

Un mundo cuyas jerarquías estén establecidas por el mérito individual y no por corporaciones.

Lejos de la vieja argentina igualitarista y estado céntrica. Lejos del republicanismo y de la retórica ideologizada.

En este plano, la dolarización no termina de convencer a las mayorías. Principalmente por el deseo de defensa de la moneda nacional. 

12 de mayo de 2023

Valores progresistas, voto libertario. Apuntes para pensar una contradicción aparente.

Basado en una encuesta de alrededor de 10 mil casos desplegada a nivel nacional, este análisis indaga en las aparentes contradicciones de una sensibilidad política emergente, de características transaccionales, solidarias, liberales y con una empatía de nuevo tipo, tan lejana de los prejuicios progresistas como de las supuestas «nuevas derechas».

análisis

elecciones 2023

El avance electoral de partidos políticos ligados a las «nuevas derechas» muchas veces autoritarias y la proliferación de diversas usinas comunicativas vinculadas a la cultura libertaria eran hasta hace poco un fenómeno global que la Argentina miraba con curiosidad módica y distante recelo. Hoy, y al ritmo del prolongado deterioro económico y social que atraviesa nuestro país, signado por el crecimiento permanente de la inflación y el crecimiento ingente de la pobreza, y fogoneado también por algunas encuestas que vaticinan que Javier Milei será el candidato con más votos en las PASO, este escenario aparece como una opción material.

Como contrapeso al crecimiento y al aura ganadora que despliega Milei, que supuestamente «dice lo que hará» y repudia a la llamada «casta» política, el periodismo suele fascinarse con encuestas de valores que contravendrían esta tendencia, y presentan al «fenómeno Milei» como una anomalía transitoria y sólo apalancada en el enojo social. Para matizar esta lectura, en este texto venimos a presentar una interpretación sobre la contradicción aparente entre «valores progresistas» y «voto libertario» que parece atravesar a una parte de la sociedad argentina.

Nos basamos en una encuesta realizada a nivel nacional, con una totalidad de diez mil casos, y en ponderaciones realizadas con la ayuda de nuestro panel. De esta manera -el lector juzgará si con mayor o menor éxito- buscamos aproximarnos a las categorías nativas y evitar el sesgo progresista y técnico que aún portan muchas de las preguntas sobre valores en la encuestología que nos es contemporánea. Nuestras preguntas fueron formuladas como afirmaciones con respecto a las cuales los encuestados podían mostrar un nivel de acuerdo con una gradación de cinco opciones, dos de ellas “a favor”, dos de ellas “en contra”, y una opción de neutralidad para cada pregunta.

Desde los inicios de esta indagación los objetivos fueron claros: bucear en el “sentido común de derechas” que muchos agoreros observan con desazón con miras a las elecciones del año 2023. Sopesar el peso del antiguo intervencionismo estatal como respuesta a las diferentes problemáticas y disyuntivas sociales. Indagar asimismo en cuestiones como espiritualidad, medio ambiente o teodiceas de la desigualdad, en un momento previo o al menos paralelo a su codificación ideológica. 

Un nuevo liberalismo silvestre

Leyendo los resultados en términos generales, lo primero que surge es la ruptura de la matriz intervencionista-estatal como discurso creíble a la hora de proponer soluciones a las problemáticas sociales. Que esta ruptura correlacione directamente con un posicionamiento ideológico de “derechas” depende mucho de lo que se considere de derechas o de izquierda, y es una discusión que excede los objetivos de este análisis, o se encuentra en sus bordes. Lo cierto es que la idea de que el Estado es un actor capaz de solucionar algunas contradicciones propias de las sociedades del capitalismo occidental parece haber entrado en un franco declive, al menos en la Argentina. Cada vez que los políticos hablen de “más estado”, lo harán en este contexto.

Propusimos un set de cuatro preguntas vinculadas al intervencionismo estatal, rotadas en forma aleatoria durante la encuesta, y los resultados no dejaron de sorprendernos. Casi tres cuartas partes de los encuestados (74%) estuvieron Muy o Algo de acuerdo en que “Inventar nuevos impuestos jamás es solución para los problemas económicos”. Solo un 37.2% considera que “El campo debe contribuir con retenciones al desarrollo del país”. Un 63.2% de quienes respondieron estima que “Los controles sobre la moneda y los precios son perjudiciales para las personas como yo”. Y, finalmente, un 51.6% declara en la encuesta que “El Estado se dedica a mantener a personas que no quieren trabajar”. Los ciclos populistas e intervencionistas en la economía han dejado un sabor al parecer amargo sobre las capacidades del Estado a la hora de intervenir en la economía: ni las retenciones, ni nuevos impuestos o una propuesta más progresiva de los mismos, ni los controles de ningún tipo aparecen para grandes franjas de la población como herramientas eficaces. La idea de derechas de que la ayuda social contribuye a “mantener vagos”, sin embargo, se muestra polarizante. Más adelante nos enfocaremos en esta cuestión. 

El ocaso de los discursos intervencionistas

Otro set de preguntas que vendrían a completar esta aproximación al «liberalismo silvestre» que germina en nuestras pampas es la posición de los encuestados sobre algunos ejes que parecerían conformar la “doxa”, la opinión establecida del intervencionismo estatal. Preguntamos sobre si las dificultades de la economía argentina tenían una raíz foránea, sobre la necesidad de una reforma laboral que diese mayor capacidad de maniobra a las empresas, sobre los sindicatos y sobre una posible dolarización.

Con respecto al primer tema, poco más de un tercio de los encuestados (35.3%) cree que “Las principales fuentes de nuestras dificultades económicas son foráneas”. La matriz explicativa imperialista o de desarrollo y dependencia parece mostrarse en declive dentro de un mundo hiper-individualizado y fatalmente globalizado. El de la reforma laboral (“Es necesaria una reforma laboral que diera más flexibilidad a las empresas”) fue quizás el punto que más sorpresa trajo a la hora del análisis: un 73.7% de los encuestados se mostró de acuerdo o muy de acuerdo con esta frase. Si a esto le sumamos que un 70.8% de nuestro universo consideró algún tipo de acuerdo con la frase que rezaba “Los sindicatos son el mayor problema del país”, las interpretaciones del conflicto entre el capital y el trabajo, vertebradoras de muchos de los consensos progresistas, parece mostrar un clivaje de nuevo tipo.

Si la responsabilidad por los problemas económicos y sociales del país se atribuye más a la legislación laboral y al obrar de los sindicatos que a dificultades foráneas como la restricción externa, el comportamiento de empresas multinacionales o de potencias imperialistas, la hipótesis de la “derechización” social parecería certera. Sin embargo, se trata de una “derechización” que no está tan de acuerdo con la privatización de las empresas públicas ni con la dolarización de la economía, dos temas clásicos de las derechas neoliberales. El sentido común de la población, en este punto, parece un tanto más progresista. Sólo el 32.2% cree que “La única salida posible a la crisis económica permanente que padece la argentina es la dolarización”. Un número apenas mayor al que prefiere no expedirse sobre este tema (24%), que se considera delicado. 

Más que derechización lineal, lo que parece existir es un fuerte rechazo a las soluciones corporativas siglo XX, a las teorías de la dependencia estructural, al keynesianismo realmente existente. Y una necesidad latente de reforma del estado o de forjamiento de nuevas instituciones intermedias entre el viejo aparato público y la sociedad. En un mundo caótico y flexible, las ideologías son sólo propiedad de minorías intensas, mientras que las soluciones ya aplicadas, sean de izquierda o de derecha, generan niveles similares de rechazo o desconfianza. Podría hablarse de una derechización selectiva, en favor del libre albedrío de los trabajadores, de la iniciativa empresaria y del control estatal de la moneda y de ciertos servicios públicos.

Solidaridades ambientales

La supuesta “derechización” social muestra otros matices. El 57% de los entrevistados dijo estar de acuerdo o muy de acuerdo en que “la solidaridad es más importante que la eficiencia”, y tan solo el 31,7% dijo no estar de acuerdo con esta frase. Sin embargo, los números son similares cuando se consulta sobre si “la desigualdad es una consecuencia normal de la voluntad y el mérito de las personas”. ¿Cómo podemos leer esta aparente contradicción entre solidaridad y meritocracia? Quizás empezando a pensar en una subjetividad dispuesta a resignar algo en un marco que perciba como de justa competencia. Apenas un tercio de la población cree en que las condiciones de nacimiento determinan en gran medida el destino de los hombres, pero también un tercio cree que la eficiencia es un valor supremo a la hora de organizar una sociedad. Voluntarismo y sensibilidad humanista, rechazo del mercado como valor supremo y búsqueda de reglas percibidas como justas.

La sociología de Emile Durkheim habló de solidaridades mecánicas y orgánicas como una forma de comprender el tránsito entre modos de agregación premodernos y propios de la sociedad industrial y su organización del trabajo. El ecosistema emocional actual parece hablarnos de “solidaridades ambientales” nutridas de una ecología transaccional y empática a la vez.  Para nuestra sorpresa, la pregunta sobre cuán prioritaria es la agenda ambiental cosechó un 72% de acuerdo, con una tasa de rechazo de poco más del 10%. Ante la creencia de que esta agenda “no suma votos” expandida en la corporación política argentina, se trata al menos de un llamado de atención. Un tanto más baja pero de alcance similar es la tasa de aquellos que creen que “Dios existe y cada persona rendirá en algún momento cuentas por sus buenas y sus malas acciones”: esta frase cosechó un 60.6% de acuerdo, contra un 23.4% de desacuerdo y un modesto 16.1% de agnosticismo.

Meritocracia, solidaridad ambiental y creencia en la trascendencia son, a simple vista, valores antitéticos. Pero pueden convivir sin contradicciones en el sentido común transaccional que marca el pulso contemporáneo. E incluso dar lugar a la peregrina idea de que el Estado debe dar algún tipo de contención a los grupos sociales más desfavorecidos (retomamos: sólo el 51.6% está de acuerdo con la frase que dice: “El estado se encarga de mantener a las personas que no quieren trabajar”).

Y, al mismo tiempo, sumar algo poco esperado: una aceptación mayoritaria de la tolerancia a las identidades de género. La frase que proponía que “La tolerancia a las identidades de género es un requisito indispensable para construir una sociedad abierta” sumó casi un 57% de respuestas favorables, y un 32% de respuestas en sentido opuesto. Finalmente, una pregunta sobre la centralidad del deporte y los clubes como posibles vectores de políticas públicas de integración social cosechó el más alto de todos los acuerdos (aún más que aquella que preguntaba sobre si los sindicatos son uno de los mayores problemas del país): un 78%. Solidaridad, competencia, vida activa y naturaleza, pero articuladas por instituciones de un tipo diferente, insignias de una solidaridad ambiental que no puede ser leída en clave progresista: el 70.4% de los encuestados aseveró estar de acuerdo con que “La policía debería contar con más poder y autonomía para actuar”.

El ecosistema emocional actual parece hablarnos de “solidaridades ambientales” nutridas de una ecología transaccional y empática a la vez.

2001: el fin de la odisea

Los ciclos políticos que sucedieron al colapso de 2001 parecieron organizar su intervención sobre la lectura de que la sociedad reclamaba más Estado, y de que el peronismo era el garante del orden social. Hoy estos adagios, que fueron performativos, parecen haberse achicharrado pero no por eso consumido del todo. Son brasas que aún crepitan en el fuego del nuevo y mutante humor social, tocado además por la experiencia pandémica en formas que aún no han sido dimensionadas, y con una inflación que carcome los fundamentos del pacto social, ante la cual la corporación política se muestra impotente. Acaso un ejemplo de esto, y pasando ya a un último bloque del análisis más concentrado en ideologías políticas, se vincule a las percepciones en torno a la educación y los principales partidos que aún organizan el juego político argentino.

Afirmamos: “Al Frente de Todos le interesa más la educación que a Juntos por el Cambio”. Las respuestas arrojaron que un 28.1% de los encuestados coincidía con esta afirmación en mayor o menor medida, mientras que prácticamente un 58% respondió por la negativa, con un 14% de neutrales. Por su parte, aquellos que respondieron en forma positiva a la afirmación de que “Jamás votaría a un candidato vinculado al peronismo” representaron 53.3% de los encuestados, mientras que casualmente un 30% lo negó. Aparece ahí la tentación de incurrir en la falacia ecológica para afirmar que hay un solapamiento entre el 28.1% de la pregunta anterior -aquellos que vinculaban al Frente de Todos a una mayor preocupación educativa- y este 30% de no-antiperonistas. La traslación de estos resultados a pisos y techos electorales parece sin lugar a dudas apresurada, pero marca cierta temperatura electoral.

El fracaso de las diversas “avenidas del medio” en la historia reciente de nuestro país pesa como un hecho traumático para muchos de aquellos cansados de la polarización y cierta codificación de los debates en matrices de lectura binarias. Sin embargo, la intrincada relación entre expectativas sociales y oferta electoral parece volver a emerger en el contexto de nuestro estudio. Un 63.8% de los encuestados optó por estar de acuerdo con la frase que proponía que “Las dos fuerzas políticas que gobernaron en los últimos períodos fracasaron y necesitamos una nueva opción”, mientras que un 28% rechazó la idea. El deseo es volátil, el voto es pasional, dicen aquellos que prefieren caracterizar a los votantes como «tontos emocionales», y estos fríos números pueden significar bien poco. O no: dependerá de las rispideces al interior de los partidos políticos y de la ambición de los jugadores que deben desplazarse por un tablero tan resbaladizo como abierto.

Aunque gobierna el mundo y las decisiones de mercado se basan en ella, se considera que la estadística es una disciplina aburrida. Este estudio, sin embargo, se topó con un hallazgo que mirado con amor podría resultar gracioso o al menos sintomático. El nivel de acuerdo y de desacuerdo con la frase sobre el fracaso de las fuerzas políticas que organizan el escenario electoral argentino fue equivalente al cosechado por otra frase: “Cuando tengo que elegir presidente, siempre voto al candidato que mejorará mi poder adquisitivo”. Esta reunió un 63.6% a favor y un 28.8% de desacuerdos, lo que representa prácticamente los mismos niveles de acuerdo y de desacuerdo que había mostrado la frase analizada anteriormente, que proponía que ”Las dos fuerzas políticas que gobernaron en los últimos períodos fracasaron y necesitamos una nueva opción”. Un sector mayoritario de “la gente” siente que necesita una nueva opción, pero al mismo tiempo votará a aquellos que le otorguen la percepción de una mejora en su situación personal. El país necesita una nueva opción, pero yo no estoy tan seguro de necesitarla. O necesito una nueva opción que además -y principalmente- mejore mi economía, en un país casi acostumbrado al caos de expectativas y a una inflación fuera de la escala occidental.

Afirmamos: “Al Frente de Todos le interesa más la educación que a Juntos por el Cambio”. Las respuestas arrojaron que un 28.1% de los encuestados coincidía con esta afirmación en mayor o menor medida, mientras que prácticamente un 58% respondió por la negativa, con un 14% de neutrales.

Breves conclusiones

Las teorías de los votos ideológicos duros o las estimaciones de pisos y techos electorales nutren el debate sobre los escenarios políticos, pero no suelen tener en cuenta las contradicciones entre temperamentos políticos, temperamentos sociales y las sensibilidades que caldea cada época. Este análisis, basado en una importante encuesta de opinión pública, intentó mostrarse como un bosquejo para abordar la enorme complejidad de los sentimientos públicos y los sentimientos en torno a lo público político en nuestros tiempos. Las posibilidades de clusterización que se abren ante nuestro set de preguntas son tentadoras, pero quedan reservadas para el mundo de la consultoría privada. 

La hipótesis es que nos enfrentamos a subjetividades plásticas y compartimentadas, dueñas de un combo entre pragmatismo transaccional, empatía naturalista, espiritualidad premoderna y una idea de justicia hiper individualizada que se basa en una teodicea meritocrática. Dicha complejidad demuestra la subestimación del votante de la que se sirven las teorías o el sentido común campechano tan propio de la corporación política que lo tratan como a un “tonto emocional” que acude a las elecciones hechizado por sensaciones pasajeras. 

Una coyuntura donde el peronismo ya no es invocado para restaurar el orden y su retórica de derechos sociales choca con un liberalismo silvestre que reclama contundencia transaccional, donde opciones de ultra derecha libertaria crecen apoyándose en algo más que «bronca», y respondiendo a intrincadas razones histórico culturales, y donde la oposición tradicional de Juntos por el Cambio despierta cualquier cosa menos entusiasmo invita a investigar más y de modo más complejo. No son pocos los desafíos ante un ciclo social donde ciertos consensos básicos de la vida común parecen amenazados y el deseo social de Estado no se extingue pero exhibe importantes metamorfosis.